Ionesco’s The Killer
Crítica
«El hecho de ser habitados por una nostalgia incomprensible sería, al fin y al cabo, el indicio de que hay un más allá.» Ionesco
The Killer (Tueur sans gages en su título original en francés) escrita en 1958 es una de las obras más discursivas y complejas del autor teatral y genio del absurdo Eugène Ionesco (1909 Slatina, Romania). The Killer es también la primera obra del autor en la que aparece el personaje de Berenger, álter ego de Ionesco al cual volvería a dar vida en tres obras posteriores: Rhinocéros (1959), Exit the King (1962) y A Stroll in the Air (1963).
The Killer, dirigida por Darko Tresnjak (director artístico del Hartford Stage) es una obra de tres horas que se pasan volando sobre la muerte, la moral, los designios inescrutables, lo incoherente del comportamiento humano y el carácter imprevisible del día a día. El tono de la obra va cambiando desde un primer acto más solemne en el que Berenger (Michael Shannon) descubre las maravillas de la Ciudad Radiante (una especia de paraíso artificial en la tierra, una proeza tecnológica donde nunca llueve, siempre luce el sol y la felicidad es suprema) símbolo de todo aquello que deseamos conseguir. Pero Berenger no tarda en darse cuenta del engaño, de la estafa que representa esa ciudad vacía que da cobijo a un asesino desconocido del que todos hablan pero del que nadie planea hacerse cargo. Michael Shannon nació para este tipo de papeles, que le permiten desarrollar todo su potencial y acceder a su amplio repertorio de matices. Berenger es un tipo apesadumbrado, forma parte de una sociedad gris, asustada y manipulable. Guarda en su memoria aquél día en el que caminando por una calle con vallas de madera pintadas de amarillo (o quizás no estaban pintadas de amarillo) por un instante todo cobró sentido. La memoria intermitente de un instante de claridad en una larga vida de oscuridad.
El segundo acto empieza con una maravillosa Kristine Nielsen sobre el escenario, una conserje y señora de la limpieza que critica la filosofía de los Estoicos que decían que no hay que temer al destino, sino aceptarlo. Continua con un sublime Paul Sparks en el papel de Edward en la que sin duda es una de las escenas más cómicamente absurdas jamás escritas por Ionesco. El personaje de Edward es un tipo sudoroso, enfermo, sifilítico, con un maquillaje blanco expresionista y los ojos inyectados en sangre que porta un maletín del cual asegura desconocer el contenido. Berenger y Edward descubren que todas las propiedades del famoso asesino se encuentran en ese maletín. Las pruebas para condenarle están delante de sus ojos. Berenger vuelve a coger fuerza porque sabe que vuelve a tener una razón para vivir. Desenmascarar al asesino y entregarlo a la polícia. Berenger todavía tiene esperanza en las instituciones, en la democracia y en los valores fundamentales del ser humano.
El tercer y último acto es una sucesión de escenas muchas de las cuales tienen lugar de forma simultánea. El viaje de Berenger se acerca a su final. La oscuridad vuelve a llenar el escenario. Shannon comienza el último acto con un nivel de excitación asfixiante. Los diferentes cuadros con 12 actores en escena, ruidos, luces y movimiento acaban de repente y solo quedan dos figuras iluminadas por sendos focos.
El asesino y nuestro protagonista. Solo uno de los dos habla, el otro ríe. El climax se extiende por más de media hora. Berneger somete al asesino a un monólogo inquisitivo. Intenta comprender, trata de agotar todas las posibilidades. Es posible que el asesino no tenga motivos, tenerlos significaría otorgar sentido a algo que no tiene porque tenerlo. Es acaso ese el destino del propio Berenger, seguir en este mundo gris sin sentido, sin objetivos. O quizás hay algo más allá, tal vez deba continuar dando vueltas hasta encontrarlo. Ionesco y Shannon dejan abierta cualquier posibilidad.
The Killer estará en el Theater For a New Audience en Brooklyn hasta el día 29 de junio de 2014.