Crítica
La herida (2013), de Fernando Franco
Por Claudia Lorenzo
Lo prometido es deuda. Tras el triunfo de La herida en el Festival de Cine de San Sebastián y la triste admisión, por mi parte, de no haberla visto, el error se ha subsanado.
El otro día me decía un compañero de profesión que los festivales distorsionan la realidad, y es cierto. Demasiada concentración, o demasiado poca. Yo misma temo volver a ver algunas películas por miedo a no disfrutarlas tanto como hice en esos días maratonianos y, a la vez, ansío repetir alguna otra a la que no le saqué todo el jugo que hubiese podido. Por eso intento ponerme en la cabeza de otros críticos a la hora de amar u odiar La herida, de Fernando Franco. Intento entender los juicios apasionados que escuché en una y otra dirección.
La herida es una película difícil de digerir. Marian Álvarez la lleva en los hombros con dignidad y dolor, y es ella quien hace que la narración resulte interesante y angustiosa. Nos asombra y, sobre todo, nos preocupa pensar qué pasará por la cabeza de esta mujer, qué estará sintiendo, a qué le dará vueltas. La herida nos cuenta que una enfermedad como la que tiene Ana, su protagonista, es dura e imposible de sobrellevar si no se agarra el toro por los cuernos. Descubrimos que ser Ana es cruel cada minuto, cada hora, cada día que pasa. Y que ser alguien de su alrededor, si bien no es tan sofocante como estar en su cuerpo, es igualmente difícil. Marian transmite todo eso con pericia.
Y es la propia enfermedad, la tensión que produce en el espectador saber que eso está ahí, latente, lo que salva la película. A la hora de contar una historia, rápida, lenta, corta o larga, hay que preguntarse por qué ahora, por qué comienza cuando lo hace y acaba cuando lo hace. Por qué lo que vemos es una historia y no, simplemente, una narración intrascendente. La intriga, el misterio que rodean a la que nos ocupa viene dada por el antagonista oscuro y oculto, el que está pero no se ve.
Fernando Franco ha intentado, con éxito, mostrarnos con sinceridad qué supone vivir con un trastorno de personalidad. Lo vemos y lo sufrimos desde la butaca. Sin embargo, lo que echo de menos, lo que siempre echo de menos, es una historia, una razón para haberme sentado donde estoy. Y en eso es donde La herida falla. Y por eso mismo no consigo tener una reacción apasionada hacia ella, ni de odio, ni de amor.
El debate de qué es el cine es demasiado largo y antiguo como para ponernos ahora a sacarlo a la luz. Es complejo definir qué entendemos unos u otros por historia. Yo, personalmente, aspiro a un comienzo, un nudo y un final. Me da igual que sea pausado, me da igual que sea desordenado y me da igual que los actos sean tan difusos que se entremezclen. Pero necesito una razón para que la película exista. Franco no me la da. Me muestra a Ana hoy, mañana, al cabo de los meses. Me cuenta vagamente que hay un novio, y parece que esa relación existe como hilo conductor. Pero las penurias que la protagonista pasa están proyectadas en bucle, y Ana se pierde hoy, mañana y se perderá pasado mañana. No tengo la sensación de que La herida necesite suceder cuando lo hace.
Así que me confunde hablar de ella en blancos o negros. Porque la vi sin sobresaltos y también la olvidé sin sobresaltos. Ahora bien, si algo está claro es que Marian Álvarez es La herida, y viceversa. El mundo se ha enterado de que esta mujer existe, y por eso todos estamos agradecidos.